Lástima la imposibilidad Que lastima, Lástima la distancia Y las miles de hectáreas que nos separan. Las patas del perro Marcando el piso húmedo, La tapa de la pava de acero inoxidable Haciendo un ruido monumental. El vapor chorreando horizontalmente Por las ventanas que dan al balcón, El balcón ausente
Todo comenzó hace algunos años en una sesión de tatuaje.
La idea era hacerme una mariposa en el hombro. Elegí uno de esos diseños tribales que dejan entrever una figura.
Con ese tatuaje estaba escribiendo mi sueño: libertad; en un momento de mi vida en el cual me sentía prisionera a nivel familiar, laboral y lo más penoso: estaba presa de mí misma.
La verdad sobre la mariposa es que fue incomprendida por el tatuador, y con los años llegó a parecerse a un alga, a tal punto que este año la cubrí con un mandala.
Pero a lo que apuntaba no era necesariamente al diseño del tatuaje, ni a su transformación de mariposa a mandala.
Sino en la progresión y duración que tienen los sueños hasta que se concretan. Hay muchas maneras de iniciar un sueño, pero yo prefiero dejarlo por escrito en la piel, o dejar testimonio de éste mediante una foto en la heladera, una frase en un panel de fotos, un wallpaper o incluso una inscripción a un maratón.
“Tenés como mil kilómetros en el cuerpo”-me dijo hoy a la mañana. El contexto del diálogo es el casi final de varios meses entrenando para correr 42 km. Si señores, para correr una maratón se suman antes casi setecientos kilómetros, entre entradas en calor, fondos y pasadas con cambio de ritmo. Kilómetros tatuados en el cuerpo, al lado de las mil cicatrices y de los mil sentimientos que afloraron en cada pisada.
El otro día me tiraron una teoría sumamente interesante y a la que adhiero. Vendría a decir algo así como que cada célula contiene una o varias emociones; y la actividad física no sólo saca a éstas células de su letargo y funcionamiento a media máquina, también puede ser un detonador y despertar de las emociones.
Me imagino corriendo y mis células -una especie de bolitas de colores como la de los peloteros-, moviéndose rítmicamente. Y dentro de las bolitas todo lo contenido estallando como si fueran pequeñas galaxias naciendo.
Emocionalidad pura y multiplicada a la enésima potencia. Piel de gallina, sentimientos adormecidos saliendo a flor de piel junto con la sal y la transpiración. Entonces… no era gratitud solamente por haber llegado a la meta. Era que se estaban descongelando las pelotitas de hielo dentro de las pelotitas de colores.
“Ahhh mirá lo que está diciendo por favor!!! ¿Viste que no es fácil esperar corazón? Viste cuando vos me decís “todos tienen su tiempo”… todo… no es fácil esperar a nadieee, es que no tendría que existir esperar, porque si dos personas se aman realmente no tendría que haber tiempo de por medio en el medio… porque es una necesidad que tienen que estar juntos… Es una necesidad… SI es una NECESIDAD que dos personas que se aman estén juntas. No puedo entender lo otro… qué esperar, qué tiempo, ¡NO! ¡El choto!” -me dijo ella y me noqueó a los tres segundos del primer round con la palabra necesidad.
Necesidad y urgencia, urgencia y amor, amor y apego, apego y tiempo. Asesinos seriales de cualquier ser humano adulto que tenga el corazón roto, emparchado o en vías de reparación.
Conocer a otro y empalagarse, empacharse, pasarse de la raya, no medirse, volverse loco. Dejar de pensar en lo conveniente, en lo inconveniente, en el precio del dólar y a quién votaste en el 2015. Transformar el tal vez en un sí, el mañana en ahora, el solamente un rato por toda la noche. Matar al reloj, que se te pasen las horas sin darte cuenta, perder el sueño, ganar más ganas, que te sorprenda el amanecer y no querer irte a ningún lado. Saber entregarse a todo eso sin miedo, como un bebé recién nacido.
Si vas a llamarme hoy necesito que sepas que soy intensa. Intensa la mirada, intenso lo que siento aunque nada de lo que sienta se asome aún por el balcón, porque lo tenga resguardado bajo siete llaves.
Si vas a llamarme hoy necesito que sepas que tengo una habitación plagada de sueños, y que pienso cumplirlos todos, con vos o sin vos. Que canto con la música al taco mientras manejo por el centro. Que me encanta manejar, más en ruta. Que siempre voy rápido.
Que esta fachada de tranquilidad y parsimonia es todo mentira, porque por dentro soy todo fuego y pasión, sólo tenés que saber cuál es la tecla correcta y presionarla. Que hablo hasta por los codos, que necesito más de lo que pueda reconocer en mil vidas. Si me vas a llamar hoy necesito que sepas que no me caben más heridas, que mi piel es ultra sensible, que tengo cosquillas en lugares que no imaginás y que me encantaría que te tomaras el trabajo de descubrirlas. Y que si no querés hacer el trabajo está bien, porque necesito que sepas que amo la libertad, la mía y la del otro.
Si vas a llamarme hoy quiero que sepas que soy al cien por ciento. Algo así como una bomba. Como un reloj suizo. Algo con muchas piezas por descubrir. Soy cien por ciento mirada, cien por ciento vibración. Que tibio es una temperatura que inventaron sólo para hacer las mamaderas. Que de tibia no tengo nada. Y que me gustan las pinturas estridentes. Que los grises también son colores pero no me gustan tanto. Que me enojo y mucho.
Nos pasan cosas. Cosas grosas. Nos enredamos, nos embaucamos, nos escondemos, nos replegamos. Salimos desde debajo de la frazada y con la nariz un poco congestionada intentamos respirar del ambiente circundante. Olor a jengibre, a canela, a eucaliptus, olor a invierno. Olor al guisito que otrora servía en una mesa de cuatro. Olor a familia. Olor a ausencias. El horno hace tiempo que no se enciende y las luces del porche ya se han quemado.
Tu dedo sobre mi ombligo. Mi dedo enredado en tu rulo. Cuerpos alejados en un mismo territorio. El territorio que se expande. Nosotros que nos contraemos.
Nos pasan cosas. Me mirás con esos ojos saturados de emociones, y ninguna sale a volar ni siquiera por sobre la superficie de la mesa. La mesa donde yace una copa con vino rosé blend. Blends de té que tomaré por la noche para bajar todas las cosas que nos pasan. No alcanzan a tomar vuelo los sentimientos que perecen debajo de los pensamientos que se lanzan urgentes por la pista de aterrizaje de los miedos.
Qué vamos a hacer los sufrientes, los padecientes, los decepcionados, el subgrupo de los corazones heridos, los descreídos del amor, los heridos, los lisiados, los eternos insomnes, los estáticos de la vida… los estáticos del dolor.
Sin alas, sin ilusiones, con medias vueltas sobre amplios colchones destemplados.
El corazón yace atravesado en la cama, a sus anchas, introvertido y constipado; con serias ganas de ser acurrucado y abrazado. Abrazado por otro calor que no sea el de la estufa a leña. Abrazado por un bloque de carne templada, que respire, que ronque, que ría, que murmure, que susurre; que mire atravesando la pupila detrás de la pupila. Un corazón lleno de soplos.
Qué vamos a hacer los corazones helados con este invierno que viene amenazando con crudeza desde el este con la salida tibia del sol. Qué hacer con las ramas resecas de los árboles dañados por donde no circula más la savia.
Se entregaron las yemas de los dedos, y vuelven su redondez hacia adentro, cobijándose en las palmas de la mano. Se cerraron los ojos húmedos, mientras una lágrima insurrecta se suicida tirándose por la mejilla derecha hasta morir dentro de la boca. Boca amarga, boca salada, boca reseca, boca vacía.