
“El doctor Max ha dicho que me quería cerca y ha mantenido su palabra. De hecho, mi despacho está enfrente del suyo, separado sólo por el pasillo. Es una habitación minúscula, que antes era el aseo privado del doctor Max; han quitado la taza del retrete y el lavabo, y ahora estoy yo, con una silla, una mesa, un cenicero y un perchero junto a la ventana.” Fragmento de “El Patrón de Goffredo Parise.
Por una fracción de segundo siento una leve sensación de ahogo. Seguramente es la combinación de la oscuridad reinante en la estancia más la pintura marrón con que están pintadas las paredes.
El pequeño ventiluz no me deja adivinar siquiera la presencia del incipiente otoño. Apenas si se filtran por éste el ruido de los transeúntes, el murmullo de las señoras que circulan con la bolsa del mercado, el rasgar de una escoba sobre la acera, y el ladrido de los canes que corretean por la cuadra detrás de los pocos vehículos que circulan.
La silla hace un largo chasquido, es su forma de quejarse ante mi presencia sobre ésta. Soplo por encima del escritorio y veo dispersarse en el aire miles de partículas de polvo que de pronto quedan estáticas en el aire, como si alguien estuviera sosteniéndolas. Dejo caer la cabeza sobre mis brazos apoyados sobre el escritorio y ya no escucho nada. La ciudad está muerta, y de alguna manera yo también.