
Arte: Walid Ebeid
Según el noticiero de hoy, se ha diluido la ilusión, -efectivamente eso parece-, y junto con ésta cualquier atisbo de que el amor pudiera ser tal, así como el papel una caricia, la frase un susurro y tu mirada una fuerza concreta que viniera a atravesar cualquier alma –no cualquiera, sólo la mía- a través del tiempo que transforma la distancia en átomos multicolores.
Los periodistas y especialistas en estos temas, están muy intrigados, analizando con minucia los cuatro puntos cardinales, buscando recovecos con vestigios de arena o algún caracol de mar que les susurre qué le ha pasado a este universo que se está escurriendo por la rejilla del baño.
Tal vez el hilo dorado, que oficiaba de cable transportador de vibraciones, de hamaca en las siestas o para colgar los sueños literarios manchados por el café, nunca fue más que baba del diablo, o apenas una débil telaraña tejida por un papaíto, intentando sostener puntos suspensivos.
Hablar de nosotros se me hace hoy como invadir una noche oscura y cerrada, la impenetrable, sin lunas, estrellas, constelaciones o galaxias, sin Principito ni rosa, sin algo fugaz ni hadas, tan solo la nada negra y contundente en donde los sueños rebotan contra un muro.
Me pregunto quién de los dos lo construyó. ¿Acaso tuvimos las herramientas y no nos dimos cuenta? No obtengo respuesta. Poco quiero a la pregunta. Cambio de canal, dejo una sitcom y la ignoro.
Impera la realidad; tan clara, asertiva y correcta, bien vestida y despiadada, con el gesto imperturbable acentuado en su boca y mentón, atajando cualquier rebelión que quisiera derrocarla e ignorarla. No hay golpe de estado que dure más de tres segundos y medio, o más de media mañana; luego todo vuelve a ser como era. Marchen los sueños insurrectos y las rebeldías, marchen los deseos gozosos que quisieron derribar las fronteras, junto con el bocado dulce y empalagoso de los besos, marchen todos a la celda gris del nunca jamás.
He perdido mi musa, o mi ilusión, que es lo mismo. Y he declarado -sin firmar documentos ni decretos- al resto de mi vida en huelga; mientras saboreo sentada en un banquillo de la obscura cocina, el dejo amargo y ácido que ha dejado en mi lengua la fruta arrancada antes de tiempo.
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