Arte: Christian Raffin
“Te recuerdo como eras en el último otoño.
Eras la boina gris y el corazón en calma.
En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo.
Y las hojas caían en el agua de tu alma.”
Pablo Neruda
He caído en la cuenta de que ya no seré una escritora famosa hundiendo cigarrillos a medio fumar en un cenicero al lado de la máquina de escribir. Ni siquiera seré una de esas nuevas escritoras zen, las que toman una taza de té verde o banchá entre párrafo y versos.
Seré una relatora de sucesos, con algún que otro testigo de mis recuerdos formateados. Relatora del recuerdo que tengo de vos. Nada más ni nada menos. Es que acaso el resto importa?
He descubierto que he dejado de fumar, casi en la misma época en la que dejé de querer suicidarme.
Es mentira que uno busca a la muerte, ella nos busca a nosotros, juega, da unas vuelteretas, a veces cae de improviso, y otras, cuando uno la masculla como una idea que sabe a dulce; esas otras veces, en las que creemos que es como un caramelo en el fondo del cajón, nos hace creer que es nuestra la idea, cuando en realidad no es así.
De todas maneras la ignoré, ella se aburrió de mí y me dejó un par de décadas un poco tranquila.
De la misma forma ignoré las palabras que formaban las nubes de humo de tabaco sobre mi cabeza, ya no me decían nada, y la verdad es que siempre detesté el humo del cigarrillo. Qué vicio más estúpido!
Es otra forma de sobre vivencia? Digo, esto de cuidarse. Sigo en el camino y en forma. Supero kilómetros a diario mientras mis zapatillas golpean el concreto y mis neuronas vuelan libres de esfuerzo. Mi corazón hace tic tac tuc de manera tan armoniosa que un electro no encuentra nada dispar en sus sonidos.