Dos ventanas, persianas rojas – Zeny Cieslikowski
Aceite de oliva, azúcar y limón.
Esa era la receta que tenía mi abuelo para cuidar sus manos agrietadas por el trabajo de albañilería. Sus manos eran más anchas que largas, sus dedos gruesos y grumosos, cada surco era una huella de sus años de trabajo. No recuerdo que utilizara las mismas para acariciar algo que no fuera el cuerpo de alguna bella dama, porque como buen donjuán, las mujeres bonitas se encontraban en la lista de prioridades, junto con el sol del nuevo día, las aceitunas caseras y el vino patero.
Recordar a este señor deja una estela de nostalgia que se huele, porque estos son los recuerdos que vienen adosados con los aromas de lo casero, de la quinta, los animales de granja, las legumbres cocidas en algún menjunje extremadamente picante.
La casa nació un día, seguramente en donde hoy es la cocina, lugar de encuentro de la descendencia y la puntualidad de los almuerzos y cenas. Desde la cocina, la casa fue extendiéndose de forma alargada, quedando de pronto alguna habitación o sala en ubicaciones insospechadas.