Soy de un pueblo, no lo puedo evitar. Uno no puede deshacer de donde viene, y llegado el momento tampoco quiere.
Un pueblo de ninguna manera es un country, tampoco es un barrio dentro de una ciudad. Al pueblo se llega o bien por nacimiento o casi por error, situación que los años tratan de enmendar, muchas veces sin lograrlo. Es tan difícil a veces llegar como salir. Pero una vez que uno se fue, siempre quiere volver.
Un pueblo es un lugar con pocas fronteras, con algunos barrios, una o dos plazas y todos sus condimentos rodeándola. Las escuelas no son muchas, casi siempre las que hay alcanzan y sobran. En ellas puedes tomar por primera vez una cascarilla o un mate cocido con leche, te puedes enamorar del hijo de la portera o de la vice directora.
El domingo, el sonido primordial, es el de la campana de la iglesia. Saludo matinal que intenta reunir a los fieles e infieles. La ubicación en los bancos será estratégica al momento de darse el beso de reconciliación.
Cada pueblo tiene su aroma según su ubicación y su actividad primordial: campo, chacras, más o menos verde, más o menos sequía o lluvias.
Pero, como hace muchos años que es pueblo y no puede torcer su destino, los abandonos se encuentran en cada esquina. Son esos lugares que en alguna época resplandecieron, y estaban llenos de ruidos y sueños de progreso.
Estas imágenes no pertenecen a mi pueblo, pero bien podrían. Los lugares comunes están en las paredes peladas, las puertas descascaradas, el ferrocarril abandonado y la felicidad de los chicos que aún no aman otro lugar que nos sea ese pueblo que les pertenece.
Fotos Rubén Pinella – 1967- Tres Arroyos
Fuente: Fotorreportaje Diario Clarín: Despoblados
“Es todo bien sencillo. Nuestro pueblo
con sus tejados, sus barbechos surtos
en la orilla del campo, el sol colgante,
la torre de la iglesia, nuestras casas,
ya estaban desde siempre por lo visto.
Todos estaban antes, ¡qué sencillo!
Nuestros padres, los suyos, los parientes,
aquí estaban; las viñas daban fruto
al cobijo del llano, hacia septiembre;
explotaban de rojas las sandías
y los membrillos lo aromaban todo
mientras el vino nuevo ardía en las cuevas,
en las tinajas roncas y en los cántaros,
y no habíamos nacido, compañera.
(…)
Puestos a recordar, hemos venido
de visita a este mundo insatisfecho.
En las tardes del pueblo, sueño que urde
la lejanía en soledad del mundo,
hemos amado tanto en otros seres,
en años, quizá siglos, tantas veces
te miré ensimismado, emocionado,
que hoy ya no es necesario, compañera,
amor mal recobrado, que te diga
cuánto te quise en nuestro pueblo, a solas”.
Tu y yo en el pueblo (frag)
Recordatorio, 1961 – Eladio Cabañero
Poeta español (1930-2000)
perro1970, fotografia, blanco, negro, ruben, pinella, despoblados, abandonos, ferrocarril
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Patricia, qué bonito texto! Muchas gracias!
Besos
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Yo viví 6 años en un pueblo, y mi experiencia allí fue de lo más linda.
La tranquilidad de sus calles, las vecinas barriendo la vereda, el almacén de la esquina.
La aparente soledad a las 2 de la tarde, las siestas…
Los comercios que fían, las señoras que van religiosamente a Misa bien vestidas, el carnaval, la calle principal y las reuniones de los adolescentes en las esquinas…
Bicicletas por doquier, perros durmiendo en la mitad de la calle.
Cuánto encanto, cuántos recuerdos. Nunca lo voy a olvidar.
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