Abrí los ojos. A mí alrededor podía ver un despacho, con un escritorio y una silla. El lugar era totalmente gris, digno de la sobriedad de una oficina pública.
Siempre odié los grises y los blancos. Mi padre siempre se vistió de gris, eso hacía que sus ojos celestes empalidecieran por el reflejo de la vestimenta. Un hombre gris, fundando una familia gris.
La paleta de colores era tan exquisita… los que pintaban solo en esos colores debían hacer un viaje a África o alguno de esos lugares exóticos en donde el mar aún tiene color de océano y la vegetación hace honor a todos los tonos de verde que existieron en la vida. La vida…
De pronto me sentí mareada. Yo estaba recostada en una especie de camilla -gris- que estaba situada justo enfrente a una puerta. Dos ventanas y el vidrio de la puerta estaban tapadas con persianas americanas plásticas color gris. Indudablemente alguien se había preocupado de cuidarlas bien, ya que esa antigüedad ya no existía.
A medida que se me pasaba el mareo, me di cuenta que cada pequeño objeto de la habitación me recordaba algún momento en mi vida. Esas malditas persianas americanas correspondían al primer negocio que tuve, una costosa donación en vida del hombre gris. En ese momento esa clase de cortinas se utilizaba para frenar la entrada de sol y rodeaba todo el edificio que se hallaba en una esquina.
El escritorio metálico gris de la habitación no era otro que el mío. Lo había heredado del dueño del comercio en cuestión. Siempre me pareció horrible. Los cajones nunca cerraron bien y tenía un vidrio con una pana verde -tipo billar- encima. Nunca lo cambié, fundamentando mi decisión en el Feng Shui: si el escritorio perteneció a una persona exitosa económicamente quédatelo. Ahora que lo pienso, recuerdo que este pobre infeliz tenía plata, pero su vida y su vestimenta eran totalmente grises, su mujer terminó a muy temprana edad en un geriátrico y el pululaba entre visitas de domingo al lugar y varias opciones de caras amargas el resto de la semana.
Estaba tan compenetrada en los objetos del lugar que aún ni me había preguntado donde estaba. Cuando pude pararme, me acerqué a una enorme biblioteca que había sobre una de las paredes, pude reconocer todos mis libros, más otros heredados del hombre gris. Miles de horas de lectura, miles de horas navegando en otras historias. Mientras la literatura del hombre gris pululaba entre política y algo de sociología, lo mío era más inconstante: sexo, novelas, psicología, astrología… Ahora que lo pienso, más que inconstancia era curiosidad.
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